A partir de una concepción heterodoxa de la enseñanza, nos atrevemos a afirmar que existe la necesidad imperiosa tanto de romper con los esquemas tradicionalistas y de reconceptualizar la educación a partir de cambios de patrones en el docente, quien debe ser el primero en generar una nueva cultura del aprendizaje.
Es menester hacer a un lado las fórmulas anacrónicas de enseñanza que lamentablemente siguen ocupando un papel protagónico en las escuelas de todos los niveles, y con especial énfasis preocupante, en las escuelas de derecho, donde la cátedra magistral sigue siendo un “método” sumamente recurrido y aceptado por los educandos.
Pero no sólo se trata de revisar las condiciones del aprendizaje, sino también las
actitudes y aptitudes de quien enseña, en virtud de que si bien en estas nuevas posiciones frente al proceso de enseñanza-aprendizaje, hay una gran carga que descansa sobre el estudiante, también es cierto que el rol del docente debe reorganizarse para estar a la altura de estas visiones novedosas.
El docente debe considerar la existencia de métodos de enseñanza que impliquen la problematización de los objetos cognitivos, para que a partir de planteamientos pragmáticos el educando desarrolle aptitudes funcionales.
De igual forma, el docente no puede perder de vista la tarea de clase, la cual consiste en el conocimiento que debe asir el estudiante, a partir de que se le considera como un sujeto de aprendizaje y no como un objeto de enseñanza; de ahí la importancia de que el alumno desarrolle habilidades orientadas por el profesor y debidamente canalizadas en función de aptitudes que deben ser reconocidas por el docente.