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Sandra Sofía Cisneros Grosso

Pag. 73-75 (REVISTACUEJ: Abril-Junio-2020 Edición digital)

Pag. 73-75 (REVISTACUEJ: Abril-Junio-2020 Edición impresa)

En este texto analizaré y daré una breve inter­pretación a los distintos argumentos que se hallan en la primera y segunda meditación, así como sus conceptos fundamentales, poniendo énfasis en el cogito. Para hacer esto, seguiré la división del texto en cuatro temas principales, de los cuales se van desprendiendo las demás ideas y reflexiones del autor, éstos son: la construcción del edificio de conocimiento, la proposición del cogito (aquí me detendré especialmente para explicar qué es y remarcar su importancia), la pregunta ¿Qué soy?/¿Qué es el hombre? Y, el argumento de la cera que intenta demostrar que el entendimiento es la facultad superior y que el espíritu se conoce mejor que el cuerpo. De antemano advierto que esta división del texto es por cuestiones de practici­dad, no obstante los temas no son separados o aislados, sino que contienen una profunda relación, en donde el primer argumento es el antecedente del otro y así consecutivamente.

En la primera meditación, Descartes expone su obje­tivo: tirar todo lo que su mente tomaba por verdad cuando tan sólo eran un cúmulo de opiniones falsas con fundamentos débiles y probablemente erróneos. Necesita desprenderse de todos los principios en los que se asentaban sus opiniones antiguas porque busca construir una estructura del conocimiento firme y constante, infalible. Considera que es necesario dudar de los sentidos, porque a pesar de que son las primeras fuentes para la adquisición de «conocimien­to», los sentidos suelen ser confusos y engañar, aunque hay cosas de las que no sería prudente dudar a menos que se estuviese loco, pero ¿cómo sé que mi cuerpo es mío? ¿Cómo puedo saber qué estoy despierto y no soñando? ¿Cómo puedo saber que esto no es una ilusión? ¿Qué me asegura que no hay un Dios que me está engañando y no haya en realidad cosa alguna? Ante estas interrogantes, Descartes suspende su juicio de momento, con cierta desesperanza si podrá hallar algo que constituya realmente conocimiento.

Ya en la segunda meditación, parte del mismo presupuesto sobre que debe hallar las bases del edificio del conocimiento, es decir, los primeros principios o las razones últimas de donde se deriven todas nuestras demás creencias. Pero si las encon­tramos ¿cómo sabemos que estamos de hecho enfrente de ellas? Descartes afirma que las bases del conocimiento necesariamente deben tener las características de ser indubitables, claras y evidentes para no caer en el error y la falsedad desde el inicio.

Cuando decimos que deben ser indubitables, nos referimos no sólo al hecho de que no sean evidente­mente falsas, sino que por ningún motivo puede caber duda en ellas, si tienen cierto grado de duda, aunque sea mínimo, debemos descartar esas creen­cias y, si por otro lado resisten la duda, pasan la prueba epistémica y son verdaderas.

Dice Descartes que supondrá que todo lo que ve es falso, que los sentidos y sus datos son falsos, enton­ces surge la pregunta nuevamente de ¿entonces qué sí es verdadero? Necesita encontrar algo verdadero, aunque sea una sola cosa, para tener un punto de partida, un punto fijo para de ahí iniciar su construcción del edificio del conocimiento. A pesar de que admite que existe la posibilidad de que lo único que puede ser considerado verdadero, es que de hecho, en el mundo no hay nada verdadero, se da cuenta de que sí hay algo cierto e indudable; pues aunque haya empezado negando que tenga cuerpo, sentidos, etc., reflexiona que no puede negar que al menos él es algo, que es algo porque al pensar necesariamente él debe ser algo, no puede negar su existencia, no al menos mien­tras esté pensando. Con todo y que se diera la existen­cia de un genio maligno, de este Dios que lo engaña introduciéndole pensamientos falsos, seguiría exis­tiendo mientras piense ser algo, pues hay un pen­samiento y por ende, alguien que lo debe pensar.

Entonces se sigue la conclusión yo soy (pienso), (entonces) yo existo, que es lo que se conoce como el cogito, esta certeza de la existencia que se logra mientras se piensa en la misma, o en otras palabras, el hecho de que no puedes dejar de existir mientras piensas ser algo, porque cuando eres consciente de que piensas en tu existencia, debe haber alguien, un sujeto que sea el que piense aquel pensamiento y, ese sujeto al pensar en eso, reafirma su existencia, al menos en ese momento.

Para Descartes este descubrimiento es increíble­mente afortunado, pues el cogito es el conocimiento más cierto y evidente de todos los que hasta ahora tiene, es la base de su edificio y, por lo tanto tiene un estatus epistémico muy elevado por su carácter indubitable. Sin embargo, el cogito presenta el problema de que sólo tiene fuerza o es verdadero cada vez que se piense/pronuncie/conciba en el espíritu. Podría­mos decir que es momentáneo, dura sólo unos instantes en el presente en que se piensa y cuando cesa esta focalización del pensamiento, deja de exis­tir la constatación. Sin embargo, eso no le quita su importancia al ser el primer principio que halla.

Ahora, ya con la certeza de que él es algo, surge la pregunta ¿ Y qué soy? Descartes, responde esta cuestión buscando qué es el hombre realmente, considerando que el cuerpo, que los sentidos, son separables del cuerpo, por lo que el hombre no puede ser eso en realidad.

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